Nos levantamos
por la mañana con la noticia del golpe – anunciado, preparado, ensayado,
advertido – y fuimos a trabajar como todos los días, salimos a la calle, tomamos
el tren, pasando entre cientos de rostros tristes, indiferentes, sin ningún
atisbo de reacción. Ya en el trabajo , la advertencia velada de los delegados:
cuidarse, no decir nada, evidentemente estábamos derrotados.
El golpe sacó
del gobierno a la presidenta María Isabel Martínez de Perón, claro que no por
sus errores si no por sus aciertos (como pasó siempre con lo golpes militares),
la Junta Militar
tomó el poder e inmediatamente se inició el plan de exterminio de los cuadros
populares, revolucionarios, sindicales, estudiantiles y paralelamente – y no casualmente
– se entrega la política económica a la oligarquía agroganadera (Martínez de
Hoz), aunque ésta no llega a cumplir con todos sus objetivos debido a la
resistencia de los militares a privatizar totalmente la economía (por el
contrario el sector estatal creció ostensiblemente durante la dictadura).
El clima generado
antes del golpe fue planeado minuciosamente: crisis económica, inflación,
corrida cambiaria, campaña de medios (incluso algunos de “izquierda”)
alimentando la sensación de caos, aislamiento internacional, etc. Aquél 24 de
marzo estaba a pocos meses de las elecciones generales (con el peronismo
dividido y fagocitándose no es descabellado pensar que las hubiera ganado
Alfonsín), y por eso el golpe no podía demorarse.
Los salarios,
que venían indexándose mensualmente, fueron congelados por tres meses lo que
provocó una pérdida de poder adquisitivo del 30% (un brutal ajuste, claro); gran
cantidad de militantes tuvieron que esconderse o exiliarse para salvar sus
vidas.
Un puñado de
hombres (Videla, Massera, Harguindeguy, Cacciatore, el mismo Martínez de Hoz)
se convirtieron en dueños de vidas y haciendas aprovechando una “legitimación”
que muy pocos se animaron a cuestionar en un principio. Es decir, medios de
comunicación, el Poder Judicial, la cúpula eclesiástica, las asociaciones
empresarias, los gobiernos de Occidente y buena parte de la sociedad avalaron
el golpe militar, permitiéndole contar con un cheque en blanco que duraría por
lo menos tres años, a partir de lo cual las denuncias sobre violaciones a los
Derechos Humanos tomaron tal entidad que ya no pudieron ocultarse.
El sistema
económico perverso que instauró el Proceso modificó radicalmente todos los
parámetros de nuestra actividad como Nación: endeudamiento insoportable,
desindustrialización, hegemonía del dólar como moneda de resguardo y
operaciones inmobiliarias, especulación financiera fueron la herencia de este
período nefasto de nuestra historia. La gigantesca bicicleta montada por el
ministro de economía y la correspondiente burbuja inmobiliaria estallaron en
marzo de 1981, al momento de recambio de la Junta y del gobierno todo, entrando el país en
una espiral inflacionaria y de inestabilidad permanente que tardamos diez años
en controlar.
La dictadura
marcó a fuego a las generaciones que la sufrimos y creemos que también a las
siguientes al mostrar la cara monstruosa del terrorismo de Estado, y esto
último es un logro extraordinario de los Organismos de DDHH y de los gobiernos
populares que rigieron a la
Argentina entre el 2003 y el 2015. Todavía cientos de
responsables no tienen condena y cientos de nietos no conocen su verdadera
identidad.
Memoria, Verdad
y Justicia para nuestros compañeros y Memoria y Aprendizaje para las
generaciones que nos sucedan.
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